Entre los años 794 y 1868, Kioto fue ni más ni menos que la capital de Japón, lo que ha dejado en la ciudad un excepcional y variado legado en los ámbitos de las artes, la cultura, la religión o las ideas. Cada paso que das en el Kioto más tradicional te descubre un nuevo tesoro arquitectónico en forma de castillo, palacio, templo, santuario o jardín, como el suntuoso castillo Nijo, residencia del unificador nipón Tokugawa Ieyasu; las 1.001 estatuas de madera dorada del templo Sanjusangendo: los pilotes también de madera que sustentan el templo Kiyomizu; los jardines paisajísticos minimalistas del llamado Pabellón de Plata, el templo Ginkakuji; la misma Villa Imperial Katsura, considerada una joya de la arquitectura; el afamado y reluciente Pabellón de Oro, el templo Kinkakuji, y su simplista contraste, el templo Ryoanji; y así un largo etcétera que sin duda hará las delicias del visitante ávido por descubrir y desentrañar los secretos de la cultura centenaria japonesa.
Pero sin duda, uno de los focos de atracción más relevantes de la antaño capital imperial se concentra en el barrio Gion, un lugar ideal para descubrir el teatro, las artes tradicionales y, como no podía ser de otra manera, a las Maiko, aprendices de Geisha, pero cuya recargada apariencia se ha convertido en el estereotipo de la geisha para los occidentales. Allí, los restaurantes de estilo antiguo están decorados de forma exquisita, contribuyendo al ambiente refinado del barrio.
Además, Kioto ofrece la posibilidad de experimentar, de vivir y sentir y no solo de ver el Japón mítico, con sus torneos de sumo o el teatro kabuki. Dormir en un templo con un jardín zen, vestir un kimono, tomar lecciones en arreglos florales, asistir a una sesión de meditación o a una ceremonia budista, son solo algunas de las muchas y variadas posibilidades.